El yoga llegó a mi en un mal momento de mi vida. Un momento de angustia e incertidumbre acerca del futuro que no me permitían disfrutar mucho.
En un primer momento no entendía como las posturas podían ayudar a que me pudiera sentir mejor. Pensaba que el yoga solo se trataba de hacer posturas raras.
Un amigo me invito a comenzar mi práctica de Yoga y mi hermana me incito a leer a Eckhart Tolle. Como todo en la vida, las dos cosas llegaron en el momento perfecto. Empecé con un escepticismo que poco a poco se fue diluyendo. Fui encontrando en las practicas momentos de paz que me permitían sentirme más en equilibrio. Fui entendiendo la filosofía del yoga a través de lo que decía mi maestra en las prácticas y empecé a adquirir una nueva filosofía de vida: no podía hacer nada acerca del pasado y no podía controlar nada del futuro. Lo único que realmente tengo es este momento, y nada más que eso. La idea de pensar que todo es pasajero le dio un nuevo sentido a mi vida. Si todo es pasajero debía disfrutar realmente cada momento y no resistirme a aquellos momentos malos, pues estos también pasarían.
Los beneficios mentales y físicos que me dejo el yoga en corto tiempo hicieron que me quisiera certificar como Maestra de Yoga y así poder profundizar en este nuevo estilo de vida: un estilo de vida más saludable, un estilo de vida con mayor paz. El training sin lugar a dudas una de las mejores experiencias de mi vida. Cuando menos me di cuenta, encontré una nueva familia.
Uno de los grandes aprendizajes después de certificarme, y que quisiera transmitir en mis clases es: no importa llegar a la postura, si no el proceso de crecimiento interno que se da al llegar a ella. El yoga como una analogía de la vida. Enseñar a llevar a la vida aquello que pasa en el tapete.